Existen esas novelas que todas tus amigas lectoras blogueras te juran sobre Jamie Fraser y Mr Darcy que te va a derretir el corazón de lectora romántica y dejar las prendas intimas como si se estuviesen secando sobre una roca en el desierto. Esta novela es una de esas, y corriendo el riesgo de recibir amenazas y emojis indecentes, escribo esta reseña dejándola semi estrellada.
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A la cuenta de tres...
Lady Calpurnia Hartwell ha quedado para vestir santos, y tan mal la tiene que ni ella misma se entera de como no solo está cubierta en polvo del olvido y telarañas monstruosas, de las que no se ven desde El Regreso del Rey por Tolkien. Todo esto acaba el día en que oye como su hermana menor y su prometido se lamentan por ella y planean de darle un hogar en algún rincón de su mansión donde pueda quedarse a echar mas pelusas. Indignada empieza a buscar alguna bebida alcohólica adecuada para damas, con la cual consolarse, solo para encontrarse con su hermano. Este le administra el alcohol y tambien el consejo de que viva mas y se sacuda el habito de solterona en coma.
Con el coraje adquirido por la bebida y las palabras de su familia, Calpurnia crea una lista de actividades por las que siente curiosidad y que son escandalosamente arriesgadas para una dama de su rango. Uno de los puntos en su lista es recibir su primer (único) beso, y el candidato de su corazón es nadie mas que Gabriel St John, aristócrata rompe corazones y caza faldas empedernido. Y ya que la botella se lo aconsejaba, Calpurnia decide en ofrecerle los labios esa misma noche.
Echame un besito, bocón |
Generalmente suelo disfrutar con historias donde la protagonista le da por desafiar las reglas y con un poco de suerte aprender mas sobre ella misma. Lamentablemente lo que Calpurnia aprende son cosas que ella y Gabriel pueden hacer cuando se encuentran sin haberlo planeado. Si bien su papel no es de tontorra, pero el echo que ella está perdidamente enamorada del tal Gabriel Marques "Hotlips"(como yo lo tengo bautizado) hace que en sus ojos el no sea nada mas que perfecto.
El tal Gabriel por lo menos no peca de Edward o yo no estaba aquí tan alegremente dandole tanto como tres de cinco tazas de té.